domingo, noviembre 24, 2013

La luz disipa las tinieblas

Hablar más de Dios y menos del diablo

Siempre ha habido corrientes en la Iglesia que han insistido más en la fuerza del mal que en la del bien, y que se han centrado más en la terrible oscuridad que en la alegría de la luz. Su pedagogía se basa en la desconfianza del diablo, en el miedo obsesivo a pecar y en la lucha contra la fuerza arrolladora de un mal que nos va esclavizando. Se llega así a la angustia y al sometimiento psicológico ante la presencia constante del Maligno y se olvida la confianza en un Dios benévolo, lleno de compasión y de misericordia, que nos acoge en sus brazos cálidos.

Creo que deberíamos insistir más en la alegría de creer que en el miedo a ser tentado o caer en la tentación. La buena nueva del Resucitado es más potente que la debilidad de un ángel caído. Los que nos dedicamos a la pedagogía pastoral hemos de anunciar la presencia de un Dios vivo más que la constatación de una sombra que nunca llegará a tener la entidad de Dios. El diablo fue vencido con la resurrección de Jesús y todos nuestros esfuerzos tienen que estar orientados a hacer ver a la gente que Jesús, el Señor, reina en el mundo, y no el diablo.

El reino de Dios está inmerso en la historia y tiene la fuerza para apartar de nosotros las tinieblas. Con esto no niego que la presencia del mal en el mundo sea real. Es evidente, y se manifiesta de muchas maneras. Pero cuidado: no vayamos a ver al diablo en todas partes, en todas las situaciones adversas, en todas las personas que chocan con nosotros. Ojo, no vayamos a pensar que todo está envuelto en el mal. En algunos casos, esto puede tener consecuencias psicológicas y psiquiátricas que afecten a la persona. Depende del perfil de cada uno, pero ver al diablo detrás de todo puede ser síntoma de alguna patología psico-religiosa, generada por el sufrimiento o por un sentimiento de culpa muy profundo. Hay que saber distinguir entre el dolor moral y psicológico y el mal.

No podemos poner al diablo en el mismo plano de Dios. Sería darle la misma fuerza. Y el diablo no es un dios. Estaríamos cuestionando el mismo núcleo de nuestra fe, que es la resurrección de Cristo. Tras su muerte en cruz, ha resucitado y ha vencido el mal para siempre. En realidad, el demonio hace menos daño de lo que creemos. Existe pero está vencido. No soporta asumir que Dios lo creó ―como ángel― y que, además, respeta su libertad. El diablo no soporta tener que deber algo a Dios: que lo mantenga en la existencia, aunque ya derrotado. Esta es su rabia y su infierno: reconocer que Dios lo sostiene y lo deja libre, como ha hecho libres a todos los hombres y a los ángeles.

El demonio no tiene tanta fuerza… pero sí puede engañarnos, apartarnos de la luz y arrastrarnos hacia el abismo, hacia el sinsentido y la nada. Es entonces cuando sentimos un vacío existencial y nos vamos debilitando. Pero solo porque nos hemos alejado de la luz, no porque la oscuridad tenga más fuerza. Dejamos de ejercer nuestra libertad para el bien y nos convertimos en el centro de nuestro mundo, sin que nada ni nadie nos importe más que nosotros mismos. Poco a poco nos vamos deslizando hacia el absurdo.

Hemos de creer que desde nuestro bautismo la gracia de Dios nos ha penetrado y, desde ese instante, estamos protegidos con el óleo santo. La luz de Dios entra en nosotros y nos invita a acercarnos a él. Su claridad borra toda tiniebla causada por el pecado. Estamos en el camino de la salvación. Dios es nuestro escudo y nos sostiene en la debilidad. En la eucaristía, hecho pan, nos alimenta y nos refuerza. ¡Viene a habitar en nosotros! Y siempre nos protegerá.

domingo, noviembre 10, 2013

La oración y la libertad del consagrado


Después de más de 25 años de sacerdocio, con una experiencia pastoral en varias parroquias en Badalona y Barcelona, he descubierto que el eje central del ministerio sacerdotal es la oración.

La oración es el espacio vital donde, desnudo ante Dios, el hombre se da cuenta de que lo más importante es el diálogo íntimo con Aquel que lo ha creado. Teniendo mucho valor la pastoral, todo cuanto pueda hacer no tendría sentido si no parte y se alimenta del encuentro personal con Dios.

La dimensión contemplativa es consustancial a la vocación evangelizadora y misionera. Del encuentro en la plegaria nació, y de ella se nutre cada día. La misión no es de Dios si no parte de él.

Hiperactivismo pastoral


Me preocupa percibir en muchos sacerdotes un exceso de celo pastoral. Y por exceso me refiero a un activismo frenético que los lleva al cansancio y a la falta de alegría. Esta es una actitud pelagiana: actuar como si todo cuanto se hace dependiera de uno mismo y no del diálogo sosegado y abandonado con Dios. Así, es fácil convertirse no tanto en un apóstol de la buena nueva como en un activista de su propia causa que necesita mantener su autoridad y su liderazgo espiritual.

La hiperactividad pastoral puede  desembocar en una terrible angustia, porque no siempre salen las cosas como uno desea, y no siempre se puede comunicar el entusiasmo a otros, de modo que se unan a la causa. Esto sucede en parroquias, comunidades religiosas y movimientos. Cuando nos desviamos del camino contemplativo nos perdemos en la afirmación de nuestro propio ego. Del agotamiento pasamos a la rutina, y nos vamos arrastrando paulatinamente hasta llegar al desencanto de la propia y hermosa vocación.

El misterio y la verdad


Durante cuatro semanas seguidas hemos visto cómo el tema central del evangelio de Lucas, en las lecturas dominicales, era la oración. En Jesús y en nosotros, consagrados y laicos, la oración es la palanca de toda actividad misionera.

Sin ella vamos dando tumbos de un sitio a otro, sin rumbo fijo. Ya podemos ser grandes oradores, o tener una inteligencia privilegiada, o una aguda penetración en los misterios de Dios. Ya podemos conocer la teología tomista o las constituciones dogmáticas, todo el corpus doctrinal de la Iglesia. Podemos estructurar de manera brillante un discurso teológico, que nunca se agotará. La verdad no es una entelequia, ni un discurso filosófico o científico bien elaborado. Ni siquiera una metafísica. Para que la verdad sea igual a Dios hemos de trascender la retórica intelectual y penetrar en el misterio del corazón. Y para ello necesitamos algo tan sencillo como un diálogo personal, de tú a tú.

Hablar en la intimidad, en el silencio, puede arrojar una luz extraordinaria sobre Dios. En el silencio se nos da la revelación auténtica de su propia identidad. ¿Qué nos falta a los curas? No nos ordenaron para ser grandes académicos y teólogos, sino para ser pastores entusiasmados, valientes, con una única meta: que el rebaño confiado a nosotros, la parroquia, la comunidad, se sienta familia de Cristo, parte de la Iglesia universal donde el ejercicio de la caridad es el indicador de autenticidad y coherencia.

Los cristianos son los brazos de Cristo en medio del mundo. Sin quitarle importancia a la doctrina, porque la tiene, ni a la catequesis y la formación, así como a la vida sacramental, no olvidemos que el punto que equilibra nuestras acciones y nuestro mundo interior es la soledad y el silencio. Sin prisa, sin distracciones, en la oración está el sentido último de nuestra vocación. Cuando concebimos a Jesús como un amigo personal, él mantendrá nuestro aliento vital, porque Jesús es una persona. De persona a persona se puede establecer una comunicación profunda que nos da la fuerza necesaria para estar en las trincheras sin desfallecer. En el encuentro de tú a tú está la clave del crecimiento espiritual.

Libertad y caridad


Una característica crucial del presbítero es la libertad. Dios en Jesús es la máxima verdad. Y Jesús es la máxima expresión de libertad de Dios. En la oración, en la medida que vamos entrando en la órbita de Dios, nos vamos configurando con Cristo y vamos sintonizando con su libertad. El aire de libertad de un consagrado lo identifica con Cristo.

Hablamos de libertad interior y de libertad en la institución, sin que el compromiso pastoral sea un obstáculo. La docilidad a Dios pasa sin ninguna rémora por ese trabajo dentro de la estructura diocesana. Nuestro sí a Dios pasa por un compromiso y una exigencia: cuando nos entregamos, se nos pedirá todo.

Pero también está la libertad de la conciencia que, sin anular el compromiso, es tan sagrada como este. Y es que una libertad que no lleva al amor no es verdadera. Es de crucial importancia trabajar porque la gente descubra el amor desde la libertad.

Para muchos es más fácil convertirse en parte de una maquinaria dentro de una estructura que invitar a la gente a descubrir el amor a Dios y a los demás, arriesgándose y a veces rayando lo políticamente incorrecto. Pero la verdad, la libertad y el amor han de ir unidos. Si no es así, el pastor de una  comunidad pierde el horizonte de lo esencial. Porque Dios es la única verdad, la única libertad y el amor absoluto que da sentido a nuestra vida.

domingo, noviembre 03, 2013

¿Se equivoca el Espíritu Santo?

Un Papa con nuevo estilo

Desde su elección, el Papa Francisco se ha convertido en una figura mediática, quizás más allá de lo que él hubiera esperado. Su primer gesto de agacharse ante los fieles fue un acto simbólico que cautivó a todos los que estaban aquella tarde en la plaza de San Pedro y a quienes lo vimos por televisión. Desde entonces, han pasado ocho meses y no deja de sorprendernos por los continuos gestos que nos hablan, no de una estructura doctrinal ortodoxa, sino de una iglesia que quiere estar próxima a la gente. Gusten o no, nadie se queda indiferente. 

En la Iglesia hay distintas sensibilidades, movimientos y órdenes religiosas; una rica proliferación de grupos con tendencias espirituales diferentes. Las palabras del Papa, sus discursos, las entrevistas, sus catequesis… todo esto sobrepasa las estructuras mentales de ciertos grupos, que se han apalancado en una visión doctrinal demasiado conceptual, a veces alejada de la realidad social y pastoral. Desde un minucioso análisis doctrinal y teológico, el Papa no se aparta en nada de la ortodoxia de la Iglesia. Diría que está en la misma línea que Benedicto XVI, y en la línea del Vaticano II. La diferencia no está en el contenido de sus gestos y discursos, sino en el estilo de llevar a cabo su pontificado. Hasta diría que ambos Papas, el emérito y el actual, se complementan, no se oponen. Están en una misma sintonía. Y por muy Papa que uno u otro sean, cada uno tiene su modo especial de ser, que se refleja en su manera de ejercer el papado. Podríamos decir que el Papa Francisco, por su personalidad y su vocación jesuita, tiene una forma de hacer y decir que es propia del talante de esta institución. Su fidelidad al magisterio está probada día a día en sus discursos y predicaciones, muy pedagógicos y con una carga moral y social muy fuerte. Así lo ha vivido en la espiritualidad ignaciana, donde el evangelio se vive teniendo como preferencia a los pobres y los humildes del planeta. Esto no se opone al magisterio de la Iglesia; es más, lleva al límite la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia. 

Un Papa que sorprende 


Por ser argentino, jesuita y devoto de San Francisco su estilo arriesgado ante los medios puede parecer muy atrevido, especialmente cuando defiende la libertad de la conciencia y el respeto a los homosexuales, o cuando habla de la Verdad. Sorprende porque el lenguaje que utiliza es muy directo y su forma de hacer rompe con un estilo muy formal que tenía al papado preso en toda una red protocolaria. 

¿Qué nos sorprende del Papa? Su libertad. Su fortaleza. Que esté por encima de las críticas y haga lo que considere adecuado. Pero, sobre todo, nos asombra ese estilo franciscano, su deseo de trabajar con todas sus fuerzas por una Iglesia pobre y enamorada, que renuncia al poder y a la pompa, a la gloria terrena. No teme dialogar con nuestra cultura relativista. No le dan miedo la prensa, la sociedad, los lobbies de presión. No lo detiene la rigidez que ha convertido el evangelio en un formalismo legal y paralizante, dando más importancia al contenido doctrinal que al anuncio de la buena noticia de Jesús, transmitida con parábolas didácticas que ayudan a la gente sencilla a comprender el núcleo de su mensaje. 

La humildad de la fe


En el examen final de nuestras vidas la buena nueva del amor de Dios y su salvación siempre pesará más que los conocimientos. Jesús no nos examinará de la Summa Teologica de santo Tomás de Aquino, ni nos pedirá si hemos leído las Confesiones de san Agustín, ni nos preguntará sobre el argumento ontológico de san Anselmo, ni sobre la teología patrística o los tratados de eclesiología, ni sobre la teología de la Trinidad. En el cielo tenemos a una santa Teresita del Niño Jesús, que rezaba solo con la Biblia, dirigiéndose a Dios con palabras sencillas y confiadas. Su Historia de un alma fue el libro de cabecera del Papa Juan XXIII. Esta joven, sin haber estudiado teología, es hoy doctora de la Iglesia. 

Las preguntas serán: ¿has amado?, ¿has perdonado?, ¿has sido humilde y has trabajado por la paz y la unidad? 

Doctrina y salvación


Cuántas veces caemos en la petulancia de creernos mejores que nadie. Y nos atrevemos a hacer juicios porque no nos gusta lo que dice el Papa y cómo actúa. Nos convertimos en jueces sin medida, porque nos hemos anclado en la ortodoxia doctrinal, paralizante y esclavizadora Y, sobre todo, hemos caído en el error de convertir la figura de Jesús en una idea, lejos de verlo como persona humana. Reducir a Cristo a una entelequia es la anti-teología. Se aleja del tono de oferta salvífica que hay en el núcleo de su mensaje: liberación, misericordia, perdón, alegría, reencuentro, plenitud y promesa de un cielo. 

No estoy diciendo nada que se oponga a la teología de la encarnación y a la teología pascual. Esto es esencial y está en el corazón de la doctrina cristiana. Es verdad que el lenguaje del Papa es diferente, es pastoral y vivencial, y así llega más a la gente, facilitando que entiendan y abracen a Cristo, y se sumen a la labor misionera de la Iglesia. 

Un Papa controvertido 


¿Es el Papa una figura controvertida? Sí, como lo fue Jesús. Para la religiosidad judía y las instituciones de su época, que habían convertido el amor a Dios en un culto a la ley y a los preceptos, Jesús huía del legalismo religioso y venía a hablar de un Dios Padre, lleno de bondad y de misericordia. Claro que este Papa es controvertido, porque no encaja en ciertos modelos asfixiantes que viven la religión como un sistema doctrinal en cuyo centro no está Dios, sino una idea de Dios que se han fabricado para encajarla en su propia espiritualidad, fruto de la tradición, de la ciencia teológica, sin pasión vital por la persona de Jesús de Nazaret. 

En las redes sociales y en diversos medios no dejan de aparecer críticas demoledoras contra el Papa. Censuran sus zapatos, su decisión de permanecer en la casa de Santa Marta, sus discursos, las entrevistas… Cuánto tiempo inútil y perdido en críticas estériles. Lo sorprendente es que estas reacciones beligerantes vienen del corazón de la Iglesia. Y lo triste es que las críticas a veces son despiadadas. ¿Qué les pasa a estas personas? ¿Se creen en posesión absoluta de la verdad? ¿Están cuestionando la asistencia del Espíritu Santo en la elección de los cardenales? ¿No creen que los dos tercios de cardenales que votaron al Papa lo hicieron inspirados por el Espíritu Santo y que si ha salido elegido, aunque rompa nuestros esquemas, quizás es porque será un mayor bien para la Iglesia? ¿Tanto les cuesta entender que quizás en esta coyuntura histórica Francisco es el vicario de Cristo que necesita la Iglesia? 

Creer que el Espíritu Santo se ha equivocado porque no nos gusta el nuevo pontífice es de mucha arrogancia. ¿Hemos dejado de creer en el Espíritu Santo o estamos enfadados con él porque no ha salido nuestra quiniela? 

Miedo al soplo del Espíritu


Nos recluimos en la tradición porque nos da miedo la novedad del soplo del Espíritu Santo, que quiere rejuvenecer la Iglesia desde sus fundamentos. Nos da vértigo un replanteo, no de lo esencial, porque esto no cambia, sino de nuestra forma de transmitirlo. ¿Cómo podemos cuestionar la sabiduría y la oración de setenta padres conciliares, pastores, muchos de ellos al frente de grandes diócesis? Son hombres sabios y preparados, por esto están en el colegio cardenalicio. La Iglesia pasa por aguas turbulentas y necesita de una profunda regeneración. La radicalización y la beligerancia de algunos sectores conducen a la fragmentación y amenazan la unidad y la comunión con el Papa. Algunas tendencias fundamentalistas están idolatrando la tradición y tachan de poco menos que herejes a todos los que no piensan como ellos. Son los nuevos inquisidores de la Iglesia. Si pudieran hacer callar al Papa, lo harían. No lo quemarían en una hoguera, como a Juana de Arco, pero con sus comentarios y mensajes, propagados en los medios y en Internet, están incendiando la Red con la gasolina del orgullo religioso. 

El Papa, pescador y libre


El Papa ha decidido renunciar a la pompa de un emperador romano y ponerse la túnica de un pescador de hombres, que es lo propio de su misión petrina. Ponerse al lado de los pobres, de las prostitutas, de los gays, de los pecadores, de los que sufren, puede que esté muy lejos de la tradición, pero no del evangelio ni del corazón de Jesús. Como jesuita, conoce muy bien el profundo sentido teológico de la cruz. Lo ha vivido en su propia institución. Conoce también el precio de la libertad. Como bien dijo Jesús, no os preocupéis por los que matan el cuerpo, tampoco por los que os calumnian mediáticamente, añadiría yo; la libertad nunca os la matarán, porque es sagrada y es de Dios: él es la suprema libertad y Jesús la encarnación de su libertad. El Papa, como vicario suyo, nunca ha de renunciar a esa libertad preciosa del alma y la conciencia. Al que es libre no le importan los ataques, ya que son fruto del precio a pagar. 

Para mí, el Papa no es un huracán, es una brisa de primavera que ayudará a reverdecer los prados y bosques secos y desérticos del mismo corazón de la Iglesia. Más que pensar en un guerrero que lo quiere cambiar todo, me gusta pensar en él como en un jardinero que quiere embellecer su jardín y está trabajando, con tesón, por una nueva aurora de la Iglesia.