viernes, octubre 27, 2017

La vida es hermosa...

La fiesta de Todos los Santos es una fiesta de vida y de luz. Lejos de la connotación lúgubre de la cultura tan comercial que nos invade, y que se recrea en la muerte y en lo aterrador, es una fiesta que entraña paz y alegría. El color de esta fiesta, más que el negro, debería ser el blanco luminoso.

Estamos en una época del año que, en el hemisferio norte, ve cómo avanza el otoño. La luz menguante, el frío y la caída de las hojas nos recuerdan la caducidad de la vida terrena. Pero la muerte, para los cristianos, no es un final espantoso ni una extinción total. La muerte, ciertamente, es un final de nuestro cuerpo físico. Pero no es la aniquilación de la persona. Jesús, con su resurrección, nos ha abierto las puertas a otra vida más allá de la muerte, que no podemos imaginar. Esta es la buena noticia: la vida es hermosa y su meta final no es la muerte, sino el cielo. Una dimensión donde compartiremos lugar con Dios y con todos aquellos que nos han precedido.

Jesús, en su última cena, dijo a sus amigos: A donde voy, os prepararé una morada. Quiero que estéis conmigo. ¡Qué hermoso pensar que Dios quiere que estemos con él, siempre! Es su amor el que nos da una vida eterna. Si nos ha amado tanto que ha posibilitado nuestra existencia, ¿cómo va a querer que esta se acabe?

Por eso, en clave cristiana, la muerte es un umbral, un paso de una vida a otra. Podríamos compararla a la diferencia entre la vida intrauterina de un bebé gestándose y su vida después de nacer. El parto, para un bebé, es un proceso tremendo y dramático, una especie de muerte… hasta que respira aire y empieza a vivir en ese otro mundo, inmenso y sorprendente, que forma el universo exterior a su madre. Así de inimaginable será el cielo.

Y lo mejor es que encontraremos un cielo muy poblado. Allí podremos ver y abrazar de nuevo a todos aquellos seres queridos que han muerto siendo amigos de Dios. Ellos nos esperan y nos preparan lugar. El cielo es una fiesta.

domingo, octubre 22, 2017

Necesitamos la comunidad

«La vida actual ha roto los vínculos comunitarios. La Iglesia no siempre es ejemplo de comunidad. En mis primeros años como cristiano adulto salía de la iglesia corriendo, al terminar las misas. No me interesaba involucrarme con la gente. Sólo me importaba Jesús y era todo cuanto necesitaba, o al menos eso creía. Prefería ir a la iglesia como un turista, era demasiado inmaduro espiritualmente para comprender que esta actitud es muy dañina.

Esta forma tan consumista de vivir la fe refleja la fragmentación de la Iglesia. Vivir en comunidad significa poner el bien de los demás por delante incluso de mis deseos e intereses. La vida cristiana consiste en construir la fraternidad que todos necesitamos para completar nuestro itinerario personal. Un cristiano necesita a otro cristiano que le transmita la palabra de Dios. Lo necesita, una y otra vez, cuando duda, cuando se desanima y no puede seguir adelante solo. Necesita a su hermano como testimonio y anuncio de la palabra divina de salvación.

La vida comunitaria no es un ideal de ensueño, sino una iniciación difícil en esta “realidad divina” que es la Iglesia. Los conflictos en la comunidad son un don de Dios, porque nos obligan a afrontar las diferencias. No es fácil, es un don de la gracia y esta es la belleza del cristianismo. La diversidad nos lleva a la aceptación del otro y nos ayuda a vivir formando parte de un todo orgánico, unidos en Cristo, comprometiéndonos a trabajar por el amor y la unidad.

En este mundo de hoy, cuando la luz que ilumina muchos rostros es la luz de las pantallas, el Smartphone, la Tablet o el televisor, estamos viviendo una época muy oscura. Estamos perdiendo la luz que brilla a través de la persona gracias a la interacción social. Sin contacto real con otras personas humanas, no hay amor posible.»


Reflexiones de Rod Dreher, en su libro La opción de Benito, una estrategia para cristianos en un país post-cristiano (extractos del capítulo 3). 

domingo, octubre 15, 2017

María, Pilar de la Iglesia

Hemos celebrado la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, una advocación que presenta a María como imagen sobre una columna, tal como, según la leyenda, se apareció al apóstol Santiago cuando venía a evangelizar la antigua Hispania romana. El apóstol estaba cansado y desanimado y María le dio fuerza y consuelo para seguir con su misión.

La Virgen sobre el Pilar, más allá de la leyenda, expresa una realidad muy honda: María es el fundamento de la Iglesia. No sólo es pilar: es puerta, umbral, cuna y regazo donde el mismo Dios quiso nacer y crecer. Por ella entró Dios en el mundo, en ella se afianza su obra: la familia de la Iglesia. La madre de Dios, después de la resurrección de Jesús, se convierte en madre de todos y protectora del mundo entero.

La Iglesia hoy parece estar en crisis, al menos en occidente. Se nos vacían las iglesias, las comunidades envejecen… ¿Quién sostendrá la Iglesia? No temamos, hay un pilar muy fuerte que nos sostiene. Pero, además de María, la Iglesia necesita muchos otros pilares. Cada uno de nosotros debería ser pilar vivo de la Iglesia. ¿Cómo ser pilares? María es nuestra maestra. Solos, con nuestras propias fuerzas, podemos muy poco, o nada. Pero ella nos enseña a apoyarnos y a confiar en Aquel que lo puede todo. Llenémonos de Dios, como ella. Llevemos a Jesús en nuestro seno, como ella. Acojamos su palabra y la misión que nos propone, como ella. Entreguemos nuestro cuerpo y nuestra alma, todas nuestras potencias, para servir al reino de Dios, como lo hizo ella. Seamos humildes como ella. El alimento que nos robustecerá está en la oración y en la eucaristía. María es maestra de oración. Aprendamos, como ella, a tener tiempo para Dios cada día. Aprendamos, más aún, a convertir todo cuanto hacemos en una ofrenda sencilla, humilde, pero con mucho amor, a Aquel que todo nos lo da, que quiere salvarnos y hacernos participar en su «banquete de bodas». Con María, los cristianos formaremos bosques de pilares vivos que sostendrán esta inmensa catedral que es la Iglesia.

domingo, octubre 08, 2017

Si Jesús te lo pidiera...

Una reflexión sobre la economía parroquial


Jesús dijo que no se puede servir a dos amos. Porque, inevitablemente, vamos a preferir al uno sobre el otro. Lo dijo refiriéndose a que no podemos servir a Dios y al dinero.

Aunque no seamos muy ricos, incluso aunque tengamos poco, el dinero tiene una gran prioridad en nuestra vida. Y si no lo creemos, pensemos por unos minutos… ¿Qué nos cuesta más darle a Dios? ¿Una hora? ¿Una misa? ¿Una oración? ¿Un ayuno? ¿O… un donativo para la iglesia?

¿Qué nos duele más? ¿Que nos quiten tiempo? ¿Que nos pidan ayuda en un trabajo? ¿O que nos pidan dinero?

¿De qué nos cuesta más desprendernos? ¿Dónde se nos engancha el corazón? Jesús nos avisa: no puedes servir a Dios y al dinero. Pero sí podemos utilizar el dinero para servir a Dios, empleando una parte de lo que tenemos para la obra de Dios en esta tierra, que es la Iglesia.

Si Jesús, hoy, te hablara en tu rato de oración y te pidiera ayuda económica, ¿qué le responderías?

No ayudes porque lo pide el párroco, ni porque otros lo hacen, por quedar bien o porque te sientes obligado. Hazlo por amor a Jesús. Recuerda sus palabras: «un solo vaso de agua que deis, por amor a mí, no quedará sin recompensa». Cualquier donativo que des, si lo haces por amor a él, quedará anotado en el cielo.

¿No crees que cuando se pide ayuda desde la parroquia es el mismo Dios quien te la está pidiendo? A Dios le gusta hablar por medio de voces humanas y, muchas veces, por medio de los sacerdotes, de la Iglesia.

Hazlo por amor. Hazlo por Jesús. Las personas pasamos, pero todo aquello que hacemos en la tierra, por él, queda inscrito en la memoria del cielo.

domingo, octubre 01, 2017

Caminar juntos

Empezamos un nuevo curso pastoral. Y lo hacemos con una fiesta, la eucaristía, el encuentro semanal que nos reúne a toda la comunidad.

Os invito a todos a vivir a fondo este nuevo curso con una mayor consciencia de ser familia de Cristo. No estamos solos. No practicamos nuestra fe de manera individual y privada. De la misma manera que no podemos nacer ni crecer sin el apoyo de los padres, la familia y la sociedad, tampoco podemos crecer en la fe si no la vivimos en comunidad.

La misa no es un ritual para uno mismo, ni una obligación individual. La eucaristía es un ágape comunitario. Jesús no se nos entrega en solitario, sino a todos. Cuando comulgamos, este mismo Cristo, que viene a mí, está también en los demás.

Más allá de los vínculos que unen a las familias de carne, a los cristianos nos une algo mucho más grande: el mismo Jesús, su vida, su amor. Esto sólo tendría que bastar para afianzar la amistad y la solidaridad entre nosotros. Así lo vivían los primeros cristianos. Las gentes que los veían decían: ¡Cómo se quieren! Cómo se ayudan. Cómo socorren a los más pobres y vulnerables. ¿Por qué hoy no dicen lo mismo de los cristianos? Las gentes del barrio, de la ciudad, ¿podrían decir lo mismo de nuestra comunidad parroquial?

La parroquia es mucho más que este hermoso patio, este templo, estos edificios. La parroquia, en realidad, no es esto: la parroquia está hecha de piedras vivas, todos los que, cada semana, llenamos el templo y la capilla. Entre todos formamos parte del cuerpo de Cristo, vivo, aquí, en el barrio y en Barcelona. ¿Estamos de verdad unidos? ¿Damos testimonio?

Empecemos este curso caminando juntos. Cada parroquia o movimiento tiene su calendario anual. Es nuestra agenda, un calendario para vivir nuestra fe en comunidad durante todo el año. Es importante conservarla con cariño e incorporar los eventos señalados como parte de nuestras agendas y nuestra realidad de cada día.