martes, diciembre 26, 2017

Una noche luminosa

Hoy, en esta Nochebuena, una luz intensa ilumina todo el firmamento. Un acontecimiento crucial está sucediendo. Dios irrumpe en la historia, en el tiempo y en el espacio, y se hace presente con la fuerza de un poder que es el antipoder. El niño de Belén que nace es expresión del antipoder. Esta noche Dios, en el niño Jesús, ha demostrado la fuerza de la fragilidad, de lo vulnerable, de lo pequeño, de lo suave y lo dulce, de la ternura.

¿Es que acaso el valor de lo diminuto no tiene tanta fuerza para seducirnos? La sencillez de unos pastores marginados en aquella cultura judía, la fragilidad de una madre adolescente y la humildad de José, que calla ante el misterio de esa noche en aquel establo, en aquella apartada región del imperio romano, todo esto es necesario para que se pueda culminar la encarnación de Dios.

Allí, en esa noche misteriosa, está ocurriendo algo extraordinario. Dios decide descender de las alturas de su reino para atraernos con la sencillez de un niño a la inmensidad de su amor. Se abaja para cogernos de la mano y elevarnos a la dignidad de ser hijos suyos. Y lo hace a través de una criatura inocente, mendigando nuestro amor. ¿Quién no se emociona frente a un indigente que pide limosna, y más cuando este pobre es un niño que suplica que lo mires, que lo acojas, que lo abraces? ¿Quién no haría esto con un niño? Aquí es donde empieza una hermosa aventura de amor de Dios con el hombre, haciéndose como él para entenderlo y hablar su propio lenguaje. Es la historia de una nueva comunicación. Dios en Jesús se nos revela y se nos comunica con este deseo salvífico, inclinándose, agachándose, para sacarnos de nuestras oscuridades y mezquindades y ensanchar el horizonte de toda esperanza humana.

La única forma que tuvo Dios para desarmarnos fue utilizar su propio poderío no para hacerse más poderoso, ni más grande, sino para hacerse lo más pequeño posible, y la manera era hacerse bebé. Ese llanto se convierte en un cántico de liberación para la humanidad. La gelidez se convertirá en calor balsámico para nuestros corazones, y la oscura noche en un estallido de luz que alumbrará los abismos de nuestro interior. Hoy, esta noche del solsticio de invierno se ha convertido en una primavera donde un amanecer apunta en el bosque de nuestra vida, haciendo florecer el verdor fresco de un nuevo día.

Es invierno. Pero el sol de Cristo ilumina no sólo la inmensidad del cielo, sino también la inmensidad del universo de nuestro corazón. Hoy, en esta noche, la luz del Dios encarnado en el Niño de Belén penetra por todos nuestros poros. Porque él quiere estar dentro de nosotros. Él quiere formar parte de nuestra vida, quiere meterse y habitar en lo más íntimo de nosotros mismos.

Pero esto no lo hace Dios queriéndonos someter, ni utilizando ejércitos para doblegarnos, ni técnicas de manipulación psicológica. Él quiere mostrarse con sencillez, no quiere recortar ni un ápice nuestra libertad. Sus únicas armas son la belleza, la poesía, la ternura. Desde el silencio del establo, descubramos que el arma de la dulzura de un niño es lo único que tiene para hacernos salir del letargo y despertarnos a la única aventura que nos hace realmente felices y libres: salir de nosotros mismos e ir al encuentro de aquel que culmina todos los sueños y esperanzas.

El niño de Belén nos hace descubrir que en el valor de lo pequeño, lo sencillo, lo cotidiano, lo bello, está la grandeza del hombre. La semilla de la libertad germina cuando se libra de la autocomplacencia, el poder y la arrogancia. La contemplación del niño Dios tiene este efecto: toda persona queda iluminada por su mirada y por el silencio donde se nos ha revelado y comunicado. Es la hora de irrumpir en el mundo. En el llanto de un bebé en la noche nace también una nueva esperanza. Ese niño será el soberano de nuestra vida, haciendo que cada Nochebuena sea de verdad una buena y santa noche. Que, acurrucados ante el pesebre, aprendamos a sintonizar con el latido de este tierno corazón sagrado, para que tengamos los mismos sentimientos y que el bombeo de este pálpito circule con fuerza amorosa que nos convierta en otros cristos. Sólo así entenderemos el auténtico sentido de la Navidad: nacer a la vida de Dios. Que la luz de esta noche nos ayude a descubrir la belleza de su corazón.

24 diciembre 2017

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